Una concisa traducción de Ortega a los versos
646-47 del "Ayante" de Sófocles lee: "El tiempo, lento e
infinito, va sacando a la luz cuanto está oculto y ocultando las cosas
manifiestas". Bajo ese soterrado ritmo endecasilábico, cabría ver la
revelación de las fuentes de nuestra cultura y la trivialidad efímera de muchas
ingeniosas novedades. En los setenta años que transcurren de la primera a la
última tragedia conservadas se descienden los peldaños desde el mito a la
experiencia, pasando por el dolor de ser. Esquilo tenía fe en la justicia de
los dioses, pero aceptaba que solo por el camino del dolor se llega al
conocimiento: "Por el dolor a la sabiduría" (A. 179). Sófocles,
"escultor de hombres" según Jaeger, fue el gran pintor de caracteres
y de conmovedoras figuras femeninas. Eurípides, el racionalista, el filósofo de
la escena, bajó a sus héroes a la arena de lo cotidiano. Nada humano les fue
ajeno. "Humani nil". Edipo, a quien Nietzsche describió como "el
personaje más doliente de la escena griega", lo es porque va tejiendo
minuciosamente su destino con los mismos hilos con que pretendía evitarlo. Se
podría añadir una herejía y decir que esta purísima tragedia está construida
con los ingredientes de una comedia de las equivocaciones. Pero Edipo es como
Job, un hombre destinado a soportar el dolor del mundo. Y es que en la tragedia
griega ya está el problema del destino —cuya fuerza comparaba Solón con una
tormenta—, la propia responsabilidad en la felicidad y la desdicha, el
conocimiento de los límites, el crimen y el castigo, los errores, la ruina.
Autor: Crespo
Güemes, Emilio, coord.
Publicación: Madrid : Cátedra, 2012
Este libro es una nueva adquisición del Sistema
de Bibliotecas, y desde ahora puede ser consultado en la Biblioteca del Carmen
de Viboral, Colección general, 882/E77e
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